jueves, 26 de enero de 2012

¡PREMIO!

Un jueves cualquiera del mes de enero. Otro día de niebla, de frío, de silencio. De exceso de ruido en el trabajo, de sonrisas y mal humor entremezclados, de dolor de espalda, de pensamientos tristes y de recuerdos felices y de dudas que van y vienen, de tarde perdida mirando por la ventana esperando un rayo de sol, de buscar la inspiración para escribir una hermosa entrada que dé paso a un nuevo capítulo.
Tengo el capítulo, pero no la entrada, lo siento. El sol no brilla, y las Musas no cooperan.

Un jueves cualquiera del mes de enero. 10450 visitas en el blog, 95 compañeros de viaje, 156 Me Gusta en la página de facebook. Y un premio, mi primer premio bloggero, una sorpresa que me ha animado la tarde, aunque no sé bien qué hacer con él.
Aparte de mostrároslo, claro. Las cosas bonitas se han de compartir con las personas a las que amas.



El premio nos lo ha entregado el blog Los Libros de La Bruja, y ésta es mi forma de agradecérselo. Ignoro cómo funcionan estas cosas. No sé si se supone que tengo que copiar las preguntas y darles una respuesta, no sé si se supone que tengo que entregarle este premio a otros blogs, de nuevo me encuentro perdida dentro de un mundo que conozco muy poco, condicionada por mi ignorancia y guiándome por mi instinto. Puesto que no he encontrado instrucciones, no contestaré a la serie de preguntas que la bruja MaryLin ha respondido en su blog. Y en cuanto a entregar este premio a otros, voy a hacer caso a mi corazón, y voy a entregároslo a todos vosotros, compañeros de viaje, porque este blog no sería lo que es sin vuestra presencia y vuestra inspiración. Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí.
Gracias, MaryLin, por considerarnos merecedores de este premio. Me haces un gran honor, amiga.

Jueves. Finales de enero. Frío, silencioso, extraño. Sin sol, sin noticias, sin inspiración. Sin capítulo.
Pero la serenidad ha vuelto a ganarle la batalla a la desazón, la esperanza sigue viva, la tristeza encarcelada, la fe intacta. No tengo motivos para sentirme pesimista. Y sí muchos para sentirme afortunada.
Mientras haya una sola persona que diga que Thèramon le inspira, Thèramon seguirá vivo. Y mi corazón también.

Viviré para ver renacer nuevos días, sin más desesperanza.

Y vosotros tendréis el capítulo que esperáis dentro de unos pocos días. La inspiración volverá, no dudo de ello.

jueves, 19 de enero de 2012

Seamos héroes

El camino del héroe es un camino solitario.
Ya he hablado de esto antes. El héroe tiene un destino que cumplir, y ha de cumplirlo le guste o no, recordad que uno no siempre elige convertirse en un héroe. Atreyu era muy feliz cazando búfalos, antes de ser llamado por la Emperatriz Infantil. Frodo Bolsón era muy feliz en su agujero-hobbit, antes de recibir el Anillo Único. Jack Sawyer era muy feliz viviendo con su madre, antes de conocer a Speedy Parker y probar el zumo mágico que le llevó a Los Territorios.  Hasta Harry Potter era feliz en Hogwarts, antes de saber que existía una profecía que hablaba de él y del Señor Tenebroso. El héroe no sabe que está destinado a ser un héroe, y el desconocimiento le hace feliz. Pero cuando por fin lo descubre, no duda a la hora de dejar todo aquello que conoce y ama, y emprender un viaje en solitario y una búsqueda incierta. Y creo que no es el resultado de su aventura lo que le convierte en un personaje de leyenda, sino su corazón valeroso, que le dice ¡adelante! a pesar de las dudas, del temor y de la razón, que le grita advertencias y le recuerda lo que ha sabido desde siempre: que no es especial, que el destino del mundo no depende de él, que nada de lo que haga va a cambiar las cosas, ni va a mejorar el mundo. 
Podría ser que el corazón sea más sabio que la razón. Podría ser que el corazón estuviera ciego, o loco. Yo quiero pensar lo primero. El corazón habla, y muchas veces no le escuchamos, porque la razón, el miedo y las dudas gritan más fuerte. Pero cuando le escuchamos... ah, cuando le escuchamos, descubrimos que tenemos un destino que cumplir, y es emocionante, y es fantástico, y es enriquecedor, y nos sentimos especiales por formar parte de algo que es más grande que nosotros mismos. E iniciamos el viaje, con miedo, con dudas, solos... Pero vamos encontrando a otros por el camino, y algunos de esos otros nos van a acompañar hasta el final, porque su destino va ligado al nuestro. Y sólo por haberlos conocido, ya merece la pena haber empezado el viaje. 
El camino no sólo está lleno de obstáculos. Aprendamos a valorar y a disfrutar de esas etapas del viaje en las que el sol brilla con fuerza y nos sentamos a descansar y a compartir con otros: conversación, ilusiones, dudas, sueños... afecto. Porque el gran tesoro no se encuentra sólo al final del camino. A lo largo de los últimos ocho meses, yo he ido encontrando tesoros muy valiosos, que me animan a seguir adelante. Tú eres mi mayor tesoro. Y formas parte de mi destino. ¿Sigues haciendo el viaje a mi lado? Nos quedan muchas aventuras fantásticas y maravillosas por vivir juntos. También enemigos y obstáculos, pero ¿quién quiere rendirse ahora? 
Seamos héroes. 
Los dioses están de nuestro lado.
Y yo sigo creyendo en ti.


© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)


JUNTO A LA ORILLA DEL RÍO (I)

"Estaban cruzando el río con grandes dificultades. Una caravana de hombres y mujeres a caballo y a pie, dos carros y muchos niños, y un perro famélico. Los caballos no tenían grandes problemas, pero los carros se hundían en el agua y se negaban a avanzar. Un grupo de hombres empujaba los carros y Dayna escuchó sus gritos antes de haberles visto.
    Era una mujer a caballo mirándoles desde la otra orilla. La ignoraron, pues estaban demasiado concentrados en su tarea. Dayna sujetaba su espada pero no la había desenvainado. Les observó llena de curiosidad, como cuando era una muchacha joven que desobedecía las Leyes de su tribu. Las mujeres no ayudaban a sus hombres. Algunas cruzaban el río a pie, llevando a sus hijos en brazos. Dayna sintió que le ganaba la tristeza al recordar a su propio hijo.
    El muchachito echó a correr en dirección a ella, y el can le siguió. El río no era demasiado profundo para el niño, pero el animal se vio nadando cuando el agua se lo tragó y dejó de hacer pie. Dayna observaba la escena un poco divertida y un mucho preocupada. Parecía que nadie hubiera alimentado a ese pobre chucho en muchas semanas. El agua lo arrastró como a una hoja. El perro gimoteó, y el niño saltó para alcanzarlo, pero cayó de bruces y también se vio empujado por la corriente. Dayna no dudó. Espoleó a su yegua y se adentró en el agua en busca del animal. Lo agarró con una mano, como si se tratara de un fardo, y la yegua chapoteó en busca del niño, al que Dayna también alzó, demostrando una fuerza propia de un hombre adulto. Con el niño sobre su montura y el can en su mano, regresó a la orilla. Allí descabalgó. El niño estaba empapado como su animal. Dayna se arrodilló junto a ambos.
  Desde el río, los hombres habían seguido la escena con el ceño fruncido. Una mujer se adelantó y, con la falda arremangada, corrió torpemente hacia la orilla.
    El niño se incorporó, tosió un par de veces y por fin miró a Dayna. Nunca había visto una mujer como ella; vestía de forma extraña, y era hermosa, muy diferente de las mujeres que vivían en su ciudad. Se sintió hechizado, sin saber que a todos los Samurii Männar les ocurría lo mismo cuando veían a una Drin Mazome.
    —Has salvado a Huesos —exclamó, agradecido—. Creí que el río se lo tragaba. Y a mí también.
    Dayna miró al niño con la sorpresa pintada en el rostro.
    —¿Llamas Huesos a este pobre animal? —el niño asintió—. No es un nombre muy amable. Aunque bien saben los dioses que es apropiado para él, realmente es un saco de huesos. ¿Acaso no lo alimentas?
    La madre del niño salió del río y corrió hacia su hijo, llena de preocupación y temor.
    —La verdad es que ninguno de nosotros se ha alimentado demasiado bien desde hace semanas —dijo el niño con cierta tristeza—. Cuando vivíamos en Pleadûr comíamos varias veces al día, mi madre hace los mejores guisos que he probado nunca, pero ahora sólo viajamos día y noche y no nos detenemos para comer. Los niños vamos sentados en uno de los carros y comemos carne fría, pero nuestros padres prefieren seguir caminando, creo que tienen miedo de parar mientras sigamos en Samura Dalnu.
    Dayna sintió que la invadía la preocupación. Pleadûr se encontraba a varios días de viaje de Maindûr, el hogar del hombre oscuro. Esas gentes parecían estar huyendo de su influencia. Se preguntaba cuánto habría adelantado el hombre oscuro desde que ella se viera exhortada a partir. Había pasado un mes y medio. El tiempo avanzaba, se les acababa. Y ella no había cumplido la misión que le encargara el amado de los dioses.
    —Estáis huyendo —dijo en voz baja. No era una pregunta.
    —No somos los únicos —dijo el niño—. Mucha gente se marcha, tienen miedo del Benefactor.
    Dayna le miró con el ceño fruncido. No comprendía de qué hablaba el muchacho.
   —Mi padre no confía en él. Cree que el Benefactor trajo a los Dragones Negros, aunque muchos otros piensan que el Benefactor nos salvó de ellos. La mañana que Aeblir se apagó, ¿lo viste? Tal vez no llegó hasta aquí, pero en Pleadûr lo vimos. Yo pienso igual que mi padre, que el Benefactor es un Mago Oscuro.
    La madre del niño llegó hasta ellos, pero no se atrevió a acercarse a la Mazome. Temía por su hijo, y temía por ella misma.
    —Vic —llamó.
    El niño no la miró.
   —Mis padres no creen que sea tan bueno como quiere hacernos creer. Le tienen miedo. Hay soldados en todas las ciudades, y la gente desaparece. Mi padre dice que no todos los desaparecidos se fueron.
    —Vic, ven aquí —volvió a llamar la mujer.
    —Mi familia cogió sus pertenencias y ahora vamos todos en busca de un lugar seguro —continuó el niño, ignorando a su madre.
    —¿Crees que hay algún lugar seguro en Thèramon?
    Vic no pudo responder, pues su madre se atrevió a acercarse, le cogió del brazo y le apartó de la desconocida. Dayna se puso en pie y la madre del chico dio un paso atrás, llena de desconfianza. Era una mujer menuda, y vestía tanta ropa que Dayna a su lado parecía desnuda. Era evidente que estaba asustada. Dayna comprendía el motivo. El niño no parecía saber que ella era una Drin Mazome, pero su madre la había reconocido. La temía. Dayna no supo qué decir para aliviar su inquietud.
    La recién llegada tiró del niño, pero éste opuso resistencia y se deshizo en protestas.
    —Es una salvaje de las Praderas —cuchicheó la mujer, casi escandalizada—. No debes hablar con ella.
    —Pero, madre, ha salvado la vida de Huesos.
    Varias mujeres más llegaron hasta ellos. Todas miraron a Dayna con curiosidad y temor entremezclados. El niño luchaba por soltarse.
   —Y lleva armas —continuó diciendo su madre—, no debes fiarte de una guerrera de las Praderas armada hasta los dientes. Se dice que se comen a los niños pequeños.
    —Los Elfos Oscuros roban y se comen a los niños pequeños—dijo Dayna, en parte ofendida y en parte divertida—. Yo también he sido madre. No le haría daño a este niño.
    Señaló al muchacho, y éste sonrió. La mujer desconocida le gustaba. Aunque no fuera una de ellos. Su madre no supo qué responder, pues había pensado que esa mujer no comprendía su idioma. El niño se soltó.
    —¿Has visto algún Elfo Oscuro? —preguntó, lleno de interés.
    Dayna asintió.
   —He matado a muchos —dijo—. Las Drin Mazome y los Elfos Oscuros estamos en guerra desde el principio de los tiempos. Roban a nuestros hijos. Sin duda sirven al poder que ha despertado a los Dragones Negros.
    Las mujeres ahogaron gemidos de terror y desesperanza. Algunos niños se escondieron tras las faldas de sus madres. Huesos se estremeció, aún tendido sobre la arena caliente.
    —Piensas igual que mi padre —dijo el niño llamado Vic—. Seguro que os caeréis bien.
    Dayna miró al río. Los carros habían alcanzado la orilla, y los hombres se acercaban a paso rápido.
    —Las mujeres salvajes matan a nuestros hombres —le explicó la madre a Vic—. No se caerán bien, hijo mío, pues están llenas de odio hacia todos los hombres.
    Dayna bajó la cabeza e hizo una mueca de tristeza. Vic la miró, implorante.
    —¿Eso es cierto? —preguntó. No quería creerlo. Esa mujer le gustaba. Le había parecido amable.
    Los hombres llegaron hasta el grupo y se detuvieron. En sus miradas había algo más que cierto temor respetuoso. Para los Samurii Männar, las Drin Mazome era criaturas exóticas y deseables, al igual que peligrosas. Pero aquélla estaba sola, y no parecía dispuesta a desenvainar su magnífica espada.
   —Mis hermanas luchan contra los hombres que tratan de invadirlas o hacerles daño—asintió Dayna, por fin—. Pero ahora no estamos en guerra, no en este lugar. Todos tenemos un enemigo común, y no importará a qué tribu pertenezcamos o cuáles sean nuestras creencias, sólo podremos derrotar al hombre oscuro si nos unimos todos contra él.
    Vic se apartó de Dayna y miró a sus familiares. Volvió a mirar a la Mazome. Después, a su perro. Suspiró.
    —¿Tienes intenciones de atacarnos ? —preguntó por fin a Dayna.
   Ésta alzó la cabeza, le miró, observó luego al grupo de hombres y mujeres y niños que casi la rodeaban. Esbozó una sonrisa que nada tenía de alegre.
   —¿Crees que podría vencer en una pelea contra todos vosotros? —sacudió la cabeza—. Las Mazome no somos estúpidas. No empezamos una batalla sin un motivo, y no salimos solas a guerrear.
    —Podría vencernos a todos, no obstante —dijo uno de los hombres, y se adelantó hacia Dayna—. Pero no creo que nos ataque, pues tiene razón: todos tenemos un enemigo común ahora. Mi nombre es Viktor Zepfel. Habéis salvado la vida de ese pobre chucho, al que mi hijo adora. Mi deber es daros las gracias.
    El hombre le tendió la mano, y Dayna dudó unos segundos antes de decidir que lo correcto era estrechársela. Las Drin Mazome no se saludaban de aquella forma. Esbozó una sonrisa al pensar que estaba quebrantando otra Ley de su tribu.
    —Soy Dayna —se presentó—. Como veis, viajo sola, y no es mi intención atacar a ninguna caravana, si no representa ningún peligro para mí.
    —Creedme, Dayna, no hemos huido del odio para descargar el nuestro contra otros dizseiim. Consideradnos amigos vuestros.
    —¿También tú estás huyendo? —preguntó Vic, animado por el gesto amable de su padre.
    Dayna negó con la cabeza.
   —Lo que os ha hecho abandonar vuestro hogar no ha llegado a Drinveld Meara —dijo, y se puso seria—. Las Drin Mazome no huimos; si el hombre oscuro decide poner sus ojos en el Mar de Hierba, mis hermanas lucharán hasta la muerte, pero no dejarán su hogar.
    —Nosotros no somos tan valientes —dijo el niño, y agachó la cabeza.
    Los ojos de su padre se apagaron.
    —Las Mazome nacemos para la guerra —dijo Dayna, y puso una mano sobre el hombro de Vic—. No existe mayor honor en hacer lo que cada uno sabe. Vic, no pienses que tu familia ha obrado cobardemente; encontraréis a otras gentes, y les haréis saber lo que está ocurriendo en Samura Dalnu. Los que mueran allí no podrán advertir a nadie.
    Vic alzó la cabeza y la miró con ojos tristes. No le había convencido.
    —Habéis hecho un largo viaje a través de tierras peligrosas —insistió la Mazome—. Tus padres han arriesgado sus vidas por salvarte de ese hombre oscuro, quien seguramente les conoce y les ha tachado de traidores. Hay que tener mucho valor para abandonar lo que se conoce y atreverse a provocar la ira de un hombre malvado y poderoso.
    Viktor Zepfel esbozó una sonrisa llena de gratitud cuando vio la expresión radiante de su hijo.
    —Tienes razón —exclamó el niño—, llevaremos las noticias a otras ciudades y así los demás países estarán prevenidos.
    Dayna asintió.
    —Valiente muchachito, un día harás que tus padres se sientan muy orgullosos de ti.
    —¿Vendrás con nosotros?
    —No —dijo Dayna—. He dejado mi aldea y a mis hermanas y he llegado hasta aquí para buscar a una persona. Mi camino no es alertar a otros, lo siento.
    —No es seguro viajar solo en estos días —dijo Zepfel con expresión seria—. Nosotros, aun siendo un grupo numeroso, no nos hemos atrevido a detenernos por temor a ser asaltados. Se dice que cerca de aquí viven los Philias Buster, y hemos pensado que a este lado del río podríamos evitar sus tierras.
    —Sois sensatos, en verdad. La Playa de Buccane es un lugar peligroso. Los piratas de tierra no necesitan caer bajo la influencia del hombre oscuro para dejarse llevar por sus instintos asesinos. A este lado del Mesagua estaréis a salvo de ellos. Evitad también el sur de Sàaräni-Erye, donde moran los Thâr Darmanii, hombres crueles que no dudarían en mataros para robar vuestros caballos.
    —Deberíais acompañarnos —invitó Viktor Zepfel, preocupado—. Estaréis más segura con nosotros. Hay lugar en los carros para uno más.
    —Sois amables, y agradezco vuestro ofrecimiento. Me gustaría serviros de guía. ¿Hacia dónde os dirigís?
    —Vamos a Räel Polita —respondió la madre de Vic, para sorpresa de todos—. Perdonad mi hostilidad inicial, Dayna. En ocasiones, los niños están más acertados que los adultos. Os juzgué por vuestro aspecto; ahora que os escucho hablar, sé que podemos confiar en vos.
    —Vivimos tiempos oscuros —la disculpó Dayna—. Me temo que dentro de poco no sabremos en quién confiar. Id con los dioses, Samura Dalnu ha quedado lejos y ya no hay peligros que os acechen.
    —¿No vendréis con nosotros? —preguntó Viktor Zepfel.
    Dayna negó con la cabeza.
   —Yo seguiré el curso del río. Vosotros debéis continuar en línea recta hacia el norte. Dentro de un par de semanas os encontraréis de frente con el Mesagua, hay un puente de madera, cruzadlo, y os hallaréis en un país nuevo, el que buscáis, si así lo quieren los dioses. No puedo deciros más, pues nunca he llegado más allá de ese puente.
    Algo le decía que lo haría en esa ocasión.
   —Veo que no podemos convenceros —dijo el hombre—. Pero tal vez querréis acompañarnos un rato. Haremos noche aquí, pues decís que en este lugar estamos a salvo. Nos agradaría compartir nuestra comida con vos, Dayna. Tal vez, después de cenar y descansar, cambiéis de opinión y decidáis venir mañana con nosotros.
    Vic miró a la Mazome esperanzado. La madre del niño movió la cabeza, en un intento por convencerla. Dayna asintió.
    —Comeré con vosotros —dijo—, y os diré adiós al amanecer.
   Olvidando los odios ancestrales que existían entre sus pueblos, la Mazome y los Samurii Männar comieron y hablaron durante toda la tarde. Dayna tuvo conocimiento de la existencia de Dragones Negros en Samura Dalnu; supo por ellos que el nigromante, al que ellos llamaban Benefactor y Dayna hombre oscuro, había convertido las ciudades en lugares sombríos en los que la gente temía y odiaba por igual, en donde nadie se sentía seguro ni cerrando las puertas de sus casas por dentro. Ellos no eran los primeros en huir, muchos parecieron adivinar los propósitos de Rodan Frais tiempo atrás y las ciudades se habían ido vaciando poco a poco. Caravanas de hombres y mujeres viajaban cada día siguiendo diferentes caminos, con los ojos atentos y los corazones temblorosos, y todos se dirigían a Minroq Dalnu, pues se decía que la esperanza se hallaba en la Ciudad de los Reyes. Dayna escuchó y almacenó en su cabeza toda esta información, que sin duda le sería útil en algún momento.
    No durmió, al contrario que sus nuevos amigos. Después de un mes y medio de viaje, los familiares de Viktor Zepfel habían dejado de temer que el largo brazo de Rodan Frais les alcanzara. Sobre los carros y debajo de ellos, arropados con mantas, hombres, mujeres y niños se acomodaron y descansaron bajo la mirada curiosa y triste de Dayna. Ella nunca había dormido abrazada a nadie. Sólo una vez, abrazada a su hijo, y hacía tanto tiempo que casi había olvidado la sensación de calidez. Las Mazome no demostraban su afecto. Una mano en el hombro, un abrazo fugaz, una mirada llena de fuerza era todo lo que se permitían. Dayna envidiaba a aquellas gentes. Las mujeres dormían abrazadas a sus hombres, les besaban, acariciaban sus cuerpos bajo las mantas y suspiraban o gemían ante las caricias correspondidas; Dayna suponía que ésa era su forma de dar y recibir amor. Los Semilla fecundaban a las Drin Mazome, pero no las amaban. Y aquel acto desprovisto de amor tenía lugar en una cabaña con las ventanas selladas, mientras que a estas personas no parecía importarles que sus vecinos los vieran o escucharan sus gemidos. Para ellos parecía habitual mostrar su afecto en público.
    De pronto, Dayna se sentía muy sola.
    Un bebé rompió a llorar en uno de los carros. Alarmada, Dayna se levantó y fue a ver qué ocurría. La madre de la criatura lo tomó en sus brazos y le arrulló. Miró a la guerrera y esbozó una sonrisa.
    —Es su hora de comer —susurró—, no le ocurre nada malo, Dayna, volved a dormiros.
    La nostalgia se apoderó de la Mazome.
    Se sentó en el suelo, sobre una manta, y apoyó la espalda contra la rueda del otro carro. No podía dormir.
    En algún momento, Vic llegó y se sentó a su lado.
   —Me gana la emoción —confesó el niño en un susurro—, porque hemos dejado Samura Dalnu y vamos a conocer un país nuevo. No puedo dormir. Me pregunto si encontraré amigos en Räel Polita.
   Hablaron hasta el amanecer, en voz baja para no despertar al resto del grupo. En realidad fue Vic quien habló, sobre su ciudad y sobre las costumbres de sus gentes, era un niño muy comunicativo, no se cansaba de hablar. Dayna le escuchó y le miró a la luz de la luna, y pensó mucho en su hijo. Ya debía tener veintidós años. No se permitió llorar.
   Al amanecer, se levantó del suelo y fue a preparar a su yegua para continuar el viaje. Vic no se apartó de su lado en ningún momento. Los Samurii despertaron y vieron a la guerrera a lomos de su montura. Viktor Zepfel se acercó a ella y le preguntó si había cambiado de opinión. Insistió en que les acompañara, pero Dayna no se dejó convencer.
    La expresión de tristeza de Vic la conmovió. Bajó al suelo y se acuclilló frente al niño.
   —Una vez tuve un hijo —le explicó, antes de despedirse de él para siempre—. Las Leyes de mi pueblo nos obligan a sacrificar a todos los varones, y yo me lo llevé lejos para salvar su vida. Lo abandoné cerca de este lugar, y he vuelto para recuperarlo. No puedo acompañaros, Vic, ¿lo comprendes?
    El niño asintió, con los ojos húmedos y los labios fruncidos en un mohín de tristeza y disgusto.
    —¿Crees que volveremos a vernos?
    —Los tuyos tienen muy claro cuál es el final de su viaje. Yo no sé a dónde me llevará el mío.
    Vic la abrazó, y fue algo nuevo para ella.
    —Ojalá encuentres a tu hijo.
    Dayna esbozó una sonrisa.
   —Cuida bien de Huesos. Y si empieza a engordar, dale un nuevo nombre, será más feliz. Ve con tus padres, están esperando por ti.
   Vic asintió, suspiró, llamó a su perro y echó a andar hacia los carros. De pie junto a su montura, Dayna le siguió con la vista. El niño se detuvo, volvió la cabeza, saludó con la mano. Dayna alzó la suya. Por fin el muchacho echó a correr y se reunió con los suyos. Viktor Zepfel, que rodeaba con un brazo la espalda de su esposa, hizo una señal de despedida con la mano; su mujer le imitó. Dayna levantó la suya y les mostró los tres primeros dedos en un gesto que para las guerreras solitarias significaba paz, suerte y valor. Después montó y les dio la espalda. Seguiría el curso del río.
    Suspiró. Al ver a todos esos chiquillos tan felices junto a sus madres, le había ganado la nostalgia. Había tenido un hijo y no lo había disfrutado. ¿Habría sido él feliz? Había perdido demasiado tiempo, cuando le encontrara ya no podría recuperarlo.
    Si lo encontraba.
    Se puso en marcha."

viernes, 13 de enero de 2012

El viaje continúa

Hace poco más de ocho meses que escribí la primera entrada de este blog, sin saber si alguien llegaría a leerla, y hoy miro el contador de visitas y todavía me asombro y me emociono como los primeros días. De dragones y unicornios casi ha llegado a las diez mil visitas, amigos, una cifra que me parecía imposible de alcanzar.

Casi empiezo a sentir cómo renace la ilusión de los primeros meses de 2011, los más felices de toda mi vida, cuando el amor lo llenaba todo y el sol siempre brillaba con fuerza en mi cielo, y mis Musas estaban tan activas que decidieron darme no una, ni dos, sino tres Historias de Thèramon, y no existían ataques de tristeza.

Pero sólo casi. El camino, que al principio era incierto y que decidí seguir sin miedo, cogida de tu mano, se ha plagado de obstáculos, y el cielo, que solía regalarme con varios amaneceres cada día, se ha llenado de nubes negras, nubes de tormenta que han ido apagando mi ilusión y mi entusiasmo, dejándome asustada, perdida, rodeada de oscuridad, y de dudas, y de desasosiego. La ilusión ahogada bajo un manto de silencio, las Musas calladas, a la espera de un nuevo amanecer, perdidos el valor y la fe en mi misma, en mi capacidad para seguir creando.

El amor es la fuente de toda creación.

Pero si amo con toda la intensidad de la que es capaz mi corazón, ¿por qué no puedo seguir creando?

Avanza enero y no trae noticias, el sol no sale para mí, estos días ni siquiera en el cielo, el frío se me mete en los huesos y trata de llegar hasta mi corazón. Pero no hay tristeza, no la dejo volver. Amo, y creo, y miro más allá de lo negro, y veo un futuro resplandeciente, más adelante en el camino. He comprendido que la Magia está en mi interior, y que es de mí misma de donde debo sacarla, para que pueda empezar a actuar. Lo estoy intentando. Lo estoy haciendo. No estoy sola en este viaje, aunque todavía me sienta sola a veces. Sigo aquí, sigo en pie, avanzo lentamente, te estoy esperando, no quiero alejarme demasiado, no deseo que me pierdas el rastro; pero no me rindo, no me detengo, sigo viajando en busca de la esperanza, en busca del futuro. Del futuro de Thèramon, de mi futuro, de nuestro futuro.

Le tengo un cariño especial al personaje de Dayna, porque es como yo en muchos aspectos, pero sobre todo es lo que yo querría ser: una mujer valerosa, fuerte y decidida, una mujer que no le teme a la muerte, sino a la derrota. Que no le teme a la soledad, sino al fracaso. Una mujer que no se deja vencer por sus dudas, que no se detiene ante los obstáculos ni se arredra ante el peligro o ante lo desconocido. Aprendo de ella, la acompaño en su viaje y voy encontrando mi fuerza a su lado. Me alegro de haberla rescatado de mi vieja carpeta y de haberla traído al blog, pues es mucho lo que me ha dado y lo que me ha enseñado en los últimos meses.

El viaje continúa, el mío, el de Dayna. Con fe, con arrojo, con tesón, el de ambas. Esperándote, esperando que te reúnas conmigo, que se rompa el silencio, que el amor sea más fuerte que las dudas y más poderoso que los obstáculos. Ven, coge mi mano de nuevo, acompáñame en este viaje. Los dioses nos unieron, los dioses nos mantienen juntos, a pesar de la distancia, los dioses velan por nosotros, y escuchan nuestras plegarias. Ama y cree; ama y confía. Sabes que todos los sueños se cumplen, lucha por ellos. Yo lo estoy haciendo.

El viaje de Dayna continúa en este capítulo:


© Bea Magaña (Reservados todos los derechos)

El camino antes recorrido (IV)

"El viento soplaba desde el desierto y parecía susurrar palabras que Dayna no comprendía. No quiso cruzar el río de noche, así que siguió su curso hacia el norte, al trote, no quería correr porque podía encontrarse con alguien en cualquier momento y lugar, y no quería pasar por alto ninguna oportunidad de hallar el rastro de su hijo.
    Había dado a luz sola, a un par de semanas de aquel lugar, y había cabalgado durante un mes más con el bebé en su regazo, esperando encontrar a alguien a quien entregárselo. Al final lo había dejado solo cerca de la orilla del río, confiando su vida a los dioses, pues no se atrevió a llegar más lejos. Había visto rastros de la presencia de gentes, y rogó a sus dioses para que aquellas gentes fueran bondadosas y recogieran al bebé y lo criasen con amor. Se había arrepentido muchas veces durante su viaje de vuelta, y también durante los años siguientes, y había dado por muerto a su hijito. Algunas veces se había permitido pensar en él y creer que seguía vivo en algún lugar, y había rogado a los dioses por él. Pero no había sido hasta que escuchó las palabras de Lane que creyó realmente que su hijo había sobrevivido.
    Sabía que si regresaba a Drinveld Meara sin el bebé sería castigada. Pero si se hubiera quedado, puesto que su hijo sería varón, la Tiara lo habría sacrificado en cuanto hubiera nacido. Si el unicornio lo quería, el unicornio velaría por él. Dayna nunca fue convocada a la Casa de la Germinación. Y solamente las guerreras más veteranas sabían la verdad sobre ella.
    A este lado del río la hierba amarilleaba. Al otro lado no crecía hierba alguna. La proximidad de Sàaräni-Erye la intimidaba. No lo recordaba tan amenazador. Se le ocurrió una explicación a ese temor nuevo y tal vez no del todo infundado: el hombre oscuro había surgido del desierto, ¿qué otras criaturas malignas no vivirían allí, esperando el momento en que el Servidor del Mal las convocara? Fijó la mirada en el norte. La esperanza nacía allí, a lo lejos.
    Esa noche no se permitió hacer un alto para descansar.
   La noche siguiente, un poco más lejos de Drinveld Meara y del horror que se estaba gestando en Samura Dalnu, y un poco más cerca de su destino, se detuvo junto a unos matorrales y durmió a intervalos envuelta en su capa oscura y con la espada en la mano.
    Una semana después empezó a dormir mejor.
   Dos semanas más tarde había cruzado el río. Cabalgaba sin forzar a su montura durante el día, siguiendo el curso del Mesagua, buscando indicios de vida humana cerca de las riberas y tratando de ignorar la proximidad del desierto. Cuando dormía, soñaba con la Vara de Sheim, y en sus sueños sólo veía arena dorada y oscuridad.
   Casi había transcurrido un mes, sus provisiones escaseaban y no había animales que cazar a este lado del Mesagua. Pronto tendría que aventurarse en el río y probar a pescar algún pez. No había rastro de gentes de ningún tipo. Creía recordar que en el pasado el desierto no llegaba hasta el río. Ahora, la orilla occidental semejaba una playa desierta. Daba la impresión de que Sàaräni-Erye estuviera moviéndose, como si quisiera llegar hasta las aguas y ahogarlas. Tuvo la sensación de que aquello no era una buena señal y de que se le estaba acabando el tiempo.
    Llevaba un mes y medio de viaje y ya podía ver el pie de Boreade Saaru. En pleno verano, y con el desierto tan próximo, el calor era insoportable, y la Mazome no creía que ninguna tribu de Nomade se hallara acampada en aquella zona del mundo. Pero tal vez encontrara a alguien cerca de las orillas del Mesagua. Seguir su curso la desviaría y retrasaría su marcha, ¡era tan sinuoso! Sin embargo, se desvió, perdió de vista las Montañas Dormidas y cabalgó hacia el este, pues tenía más necesidad de encontrar gentes que de llegar rápidamente a ningún sitio con ninguna pista acerca del paradero de su hijo.
    Y tres días más tarde, las encontró."

viernes, 6 de enero de 2012

La magia y la fe.


Me gustaría creer que todos los días del año son especiales y mágicos, que depende de nosotros mismos y de nuestra actitud que así lo sean. Pero hay días que son mágicos a pesar de cómo nos sintamos. Días que por lo que significan, o por lo que representan, son festejados por millones de seres humanos y vividos de forma especial. El primer día del año, el último, los equinoccios, ese día que sólo ocurre una vez cada cuatro años... o el día de hoy, el dia de la Magia por excelencia, el día de los sueños cumplidos y de la ilusión, el día de la fe.

Yo no creo en los Reyes Magos, pero sí en la magia. Si no creyera en la magia, Thèramon no existiría. Y si la magia no existiera, ni yo, ni Thèramon, ni este blog habríamos llegado hasta aquí, rodeados de tan magníficos amigos y compañeros de viaje, y con más ilusión y esperanza que nunca. La Magia es real, pero sólo se manifiesta cuando creemos en ella. Esto es algo que olvidamos con frecuencia, y de ahí nacen nuestras dudas y nuestra inseguridad. Los dioses no nos escuchan, será que los dioses no existen, pensamos, y nos vence el desánimo. Tenían razón, sólo era un sueño, me estaba engañando a mí mismo, mejor olvidarlo. Y vuelven los ataques de tristeza. Y el Bloqueo. Y las ganas de rendirse.

Pues no hay que rendirse jamás, y no hay que perder la fe, y ése es el mensaje que quiero dejaros hoy, otro día especial que paso a solas, pero sin desanimarme por ello. Todos los sueños se cumplen, y los dioses siempre escuchan y responden, aunque a veces no de la manera que nos gustaría. Los dioses nos dan aquello que necesitamos, no lo que queremos. Pero llega un momento en el que lo que necesitamos y lo que queremos son la misma cosa, y es entonces cuando los dioses nos dan la respuesta que llevábamos tanto tiempo esperando. Cuando estamos preparados para recibirla, no antes. Y nunca estaremos preparados si nuestra fe va sufriendo fluctuaciones, y ahora creemos y ahora dudamos, y ahora ya no sabemos en qué creer.

¿Tenéis un sueño? ¿Una meta que deseáis alcanzar? Pues creed en ella, creed con toda vuestra fuerza y poned en ese sueño toda vuestra ilusión, y luchad por ese sueño, no os rindáis nunca. Yo amo y creo, y a pesar de los obstáculos voy a seguir haciendo el viaje hasta el final, como buena mujer guerrera, sin rendirme, sin perder la fe.

Quiero enseñaros mi regalo de reyes. Me lo he hecho yo misma, por supuesto, o debería decir que he mandado hacerlo y por fin lo he recibido. Es algo que usaré a menudo, especialmente a la hora de escribir, y cada vez que lo vea me hará recordar que es mi sueño, y que un día voy a verlo hecho realidad.


Al primer vistazo no parece un gran regalo, lo sé. Parece una simple taza de desayuno. Una taza de color negro. Bastante sosa, la verdad. Útil, desde luego, pero no bonita. En absoluto.
No os dejéis engañar.
Es una taza mágica.
Mirad la foto de la derecha.
Cambia, ¿verdad?
Os lo dije: es una taza mágica.

Su Apariencia es engañosa, oculta su verdadera
esencia detrás del aspecto de una taza de color negro, pero cuando la magia actúa, se muestra tal y como es.

Los Dragones de Thèramon también se ocultan
debajo de la Apariencia de simples dizseiim. Los verdaderos dizseiim solemos cometer el error de no mirar más allá de lo que nuestros ojos nos muestran. Los ilohiim son lo que son porque saben mirar con los ojos del corazón.


Y yo empiezo a mirar con los ojos de un ilohiim, y me digo a mí misma que lo que veo no es tan negro como me parece a veces, que hay mucho más, que mi corazón es más sabio que mi cerebro, que las dudas no tienen razón de ser, ni la tristeza motivos para regresar. Que mi corazón ya ha visto el futuro, y que mis ojos lo verán también, cuando el poder de mi fe sea lo bastante fuerte para hacer que la magia actúe.

Este año tampoco he tenido el regalo de Reyes que deseaba. Pero voy a trabajar y a esforzarme para ser merecedora de ello el año que viene. Sin perder la ilusión. Sin perder la esperanza. Sin tirar la toalla.
Con paciencia. Con amor. Con fe.
Viviré para ver renacer nuevos días, sin más desesperanza.

Os deseo un año entero de días mágicos. Está en vuestro poder que lo sean.

lo que veo cuando leo lo que escribes

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Por Susana © Registrado por Bea Magaña

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