Como ya sabréis, si os habéis detenido un momento a mirar el mapa de Thèramon, el mundo por el que nos movemos es muy amplio; y por lo poco que habéis podido comprobar relato a relato, está poblado por infinidad de criaturas fantásticas, maravillosas y aterradoras.
Habéis conocido a las Darunii Madasn, las tres brujas negras de las arenas; a las Drin Mazome, las guerreras solitarias que viven en el vasto Mar de Hierba; a los Onii Darok, los temibles Dragones Negros; habéis oído hablar de los Ma Daraii y de los Lil Xaii, dos de las tres razas de Ilohiim, los Elegidos, que se esconden de los ojos del mundo dentro de sus Ciudades Ocultas; habéis oído hablar de los Elfos Oscuros, de los Philias Buster, de los ladrones que moran en las ciudades de Samura Dalnu; de los korceler y de las karendin; de los caballeros de Mersha; de los hombres pájaro. Y habéis conocido a algunos de los dioses, y a su enemigo, al que a menudo suelo llamar la Sombra, así como a su servidor, el N'Ögard. Pero hay muchos, muchos más pueblos con los que aún no os habéis topado, porque mi tiempo es escaso y el espacio de un blog es limitado, y no puedo hablaros de todos a la vez. Espero poder ir haciéndolo con el tiempo, poco a poco, relato a relato, pues veo interés en vuestros comentarios, y mi mayor deseo es complaceros, compañeros de viaje.
Debo decir que no he visitado todos los rincones de Thèramon, aunque he visto lo suficiente como para dibujar un mapa, que seguramente cambiará a medida que recorra nuevas tierras. Pero he visitado muchos lugares, y he conocido muchos pueblos, y he visto con mis propios ojos a muchas criaturas increíbles y maravillosas.
Existe un árbol en Thèramon que es muy especial. Yo lo he visto ya dos veces, un sauce solitario que se alza en medio de un jardín de hierba fresca, cerca de un río de aguas cristalinas, un lugar en el que me encanta sentarme a descansar. Las dos veces que lo he visto, me han bastado para comprender qué representa, y quién es la criatura que mora junto a sus ramas.
Pero no ha sido hasta esta semana que he comprendido su origen, y lo increíblemente importante que es lo que representa.
Sufro de insomnio. Paso muchas noches seguidas sin dormir, porque no he aprendido a relajar este cerebro hiperactivo que tengo. Cuando intento dejar la mente en blanco, siempre acabo haciendo aparecer un bolígrafo de la nada y llenando el blanco de letras. Suelen preguntarme ¿cómo aguantas sin dormir?, ¿y cómo consigues no tener ojeras si es verdad que no duermes? Yo contesto que aguanto de pie porque mi cerebro se activa cuando el sueño me puede, y así no me caigo redonda en el trabajo, y que sí que tengo ojeras, sólo que las gafas las disimulan. Además de que me alimento básicamente de cosas dulces que me dan la energía que mi cuerpo necesita para no caer extenuado.
Pero a veces, la falta de sueño pasa factura, y llega un momento en el que no puedo más, pierdo la concentración, me vuelvo hipersensible, no puedo con mi alma... y me vence el desánimo. Porque necesito dormir. Y entonces desaparezco unos días, llego del trabajo y me meto en la cama, no escribo, no leo, no me comunico, intento que mi cerebro pare un poco, que deje de llenarse de información. Y a veces duermo. Un par de horas, pero seguidas, y me sirve.
Así estoy esta semana. Llevo muchos días triste y callada, tanto que algunos amigos han empezado a preguntarse si no habré decidido rendirme, si no estaré planteándome desaparecer por un tiempo, si no será que necesito hacer una pausa para ordenar mis ideas y replantearme mi futuro, y reencontrar la fe. Lo cierto es que la fe no la he perdido, las ideas las tengo muy claras, rendirme no está en mi diccionario y no voy a desaparecer en silencio en la oscuridad. Los sueños no se cumplen si no luchas por ellos, al máximo, hasta el final. Y yo voy a ver cumplidos todos mis sueños.
Pero estoy cansada. Y eso me debilita, y me hace sentir apagada, sin ilusión, con muchas dudas. Me dura un rato, vale, luego vuelve el dragón blanco y con él la serenidad, y dejo de dudar y de temer. Voy a darme una semana de descanso, intentaré dormir, luego todo volverá a la normalidad. Y seguiré escribiendo algo nuevo.
¿Por qué os he soltado este rollo, si lo que quería deciros es que por fin he visto el momento en el que el sauce apareció en Thèramon? Porque mi cerebro va más rápido que yo, supongo. Estaba pensando que tuve un sueño esta semana, una visión hermosa y triste de ese sauce y de lo que representa, y mis dedos se han movido por el teclado antes de que tuviera tiempo de ordenar mis ideas. Pero así es como escribo, sin pensar, y dicen que escribo bien, y por eso no voy a borrar el último párrafo. Mi tristeza y mis debilidades son parte de mí tanto como mi entusiasmo y mi capacidad para escribir historias que emocionan a algunos. No me avergüenzo de ser como soy. De esta dualidad nació Thèramon, y es de Thèramon de lo que se habla en este blog.
En ese sueño vi el sexto relato del Origen de Thèramon. Una historia al margen de las demás, pero importante, porque explica lo que ocurrió antes, y el porqué de que ocurrieran las cosas que pasarían después. Y una historia hermosa, o así me lo parece, por su prosa, por su musicalidad. Si la Musa quiere, y mi cura de sueño funciona, espero poder mostraros pronto ese nuevo relato. Eso era lo que quería deciros cuando comencé a escribir esta entrada, pero como siempre me he alargado demasiado, mi incapacidad para resumir, ya sabéis.
Hoy os dejo el último capítulo del viaje de Dayna, el último por ahora, ya que el ladrón también merece sus quince minutos de gloria, y es su viaje lo que leeréis en las próximas semanas, pues su destino y el de la Mazome van unidos... ay, no puedo decir más. En el capítulo de hoy veréis ese sauce del que os he estado hablando. Y os invito a tumbaros junto a su tronco, sobre la hierba fresca, y a probar la fruta del Jardín de Aliria, realmente reconforta y renueva el cuerpo y el espíritu. Descansad, es momento de hacerlo, antes de continuar el viaje. Hay mucho por descubrir todavía.
Espero que disfrutéis este relato. Si es así, por favor, comentadlo, opinad. A veces también necesito saber que Thèramon os sigue inspirando.
Feliz fin de semana. No dejéis de amar y de creer. Los dioses siempre escuchan, y nos hablan, a mí me han dado una respuesta por medio de una visión en un sueño. Amo y creo, con tanta intensidad como siempre. Y no me rindo, porque los dioses están conmigo.
© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)
Junto a la orilla del río (II)
"El curso del río la llevó a un claro cubierto de hierba y de flores que hacía pensar que el desierto había quedado definitivamente atrás. Junto al agua se alzaba un viejo sauce solitario. En el claro no había nadie. Dayna pensó que era un pequeño paraíso, acaso la morada terrenal de los propios dioses. Si de verdad el desierto se estaba moviendo, no había llegado hasta allí. Ni llegaría jamás, era imposible. La belleza de aquel lugar, después de dos meses de viajar por un territorio árido y muerto, la sobrecogió. Mientras la yegua bebía del agua clara y ella se estiraba para aliviar el entumecimiento y el dolor de sus músculos, escuchó el gorjeo de varios pájaros, y al mirar en todas direcciones buscándolos creyó ver al amado de los dioses al otro lado del río. Pero debió de ser un espejismo, porque cuando parpadeó el unicornio había desaparecido.
Descubrió que se sentía más cansada de lo que había creído, y se recostó contra el tronco del sauce y cerró los ojos, embriagada por el dulce aroma de flores que no sabía nombrar y arrullada por el rumor del agua y los trinos de aquellos pájaros a los que no podía ver.
Dormitaba y la embargaba una sensación de sosiego y de felicidad que no podía comprender. Escuchaba risas a su alrededor y sonreía en aquella especie de sueño. Un olor nuevo se unió al de las flores, y se despertó su apetito. Abrió los ojos y aún era de día. Sin embargo, se sentía tan descansada como si hubiera dormido veinticuatro horas seguidas. A su lado, dentro de un cesto de mimbre de varios colores, frutas que no había visto nunca. Como no sabía lo que eran, no se atrevió a comérselas, aunque su estómago protestaba, ¡y tenían un aspecto tan delicioso! Pero antes no habían estado ahí. Se incorporó y buscó a quienquiera que fuese el que había depositado el cesto en ese lugar, buscó durante muchos minutos, pero no había nadie.
No estuvo segura de si estaba viendo o no un espejismo hasta que aquella criatura habló.
—Sé bienvenida, forastera. Veo que has descansado, mas no has comido. Las he traído para ti, ¿acaso desconfías?
La figura diminuta señaló el cesto lleno de frutas. Sonreía con amabilidad, o eso le pareció a Dayna, pero no podía estar segura porque aquel ser, fuera lo que fuese, era tan pequeño como un insecto. Miró el cesto y de nuevo a la criatura.
—¿Quién eres? —preguntó—. O... ¿qué eres? ¿Eres real? Jamás había visto nada como tú.
La criatura rió, y su risa era como campanillas de cristal.
Tenía forma humana, pero era tan pequeña como una mariposa. Y sin embargo tenía tanta voz como la propia Dayna. Aquella mujercita estaba desnuda, y su piel era tostada y casi iridiscente; tenía una larga y espesa cabellera de color negro azulado, y un par de alas violetas le nacían en la espalda. Estaba suspendida en el aire a pocos metros de la cara de la guerrera. Dayna tenía que bizquear para verla.
—Soy una ninfa de las aguas —respondió la criatura—. Nos llaman Gudamin.
Se acercó, revoloteando como una mariposa, y se posó en una de las rodillas de Dayna. Ésta bajó la cabeza para mirar a la Gudamin.
—¿Qué lugar es éste? —preguntó. No cabía en sí de asombro.
—Lo llamo el Jardín de Aliria —respondió la ninfa. Era una mujer diminuta pero hermosa, y Dayna pensó que era tan pequeña porque nadie podría resistir su belleza si tuviera el tamaño de un dizseiim—. Yo soy Aliria. Y estoy encantada de tenerte aquí. Parece que has hecho un largo viaje. Come, y sentirás que no has recorrido cientos de leguas. Nada como la fruta del Jardín de Aliria para reponer las fuerzas. Es posible que también consigan borrar de tu rostro esa expresión de desamparo que veo en él.
—¿Cómo has podido acarrear la fruta? Cualquier pieza es más grande que tú.
La ninfa se rió y a la guerrera se le alegró el corazón.
—No siempre tengo este tamaño —explicó la Gudamin—. Te lo mostraré.
Batió sus alas, sonaron campanillas de nuevo, la ninfa revoloteó alrededor de la mujer y cuando volvió a posarse en su rodilla era tan grande como un ruiseñor.
—Puedo crecer tanto como quiera —rió Aliria—, pero me siento más cómoda con mi tamaño más pequeño; así puedo pasar desapercibida si llegan hasta el Jardín de Aliria criaturas a las que no deseo ver o mostrarme.
—¡Es asombroso! —exclamó la Mazome—. Eres una Maga.
—No —la corrigió Aliria—, soy una Gudamin. Y tal vez pueda ayudarte. Vienes de un lugar verde en el sur, y te envía alguien muy querido por todos los dioses. Parece que buscas algo. Quizás a alguien.
Dayna asintió, y trató de ordenar sus ideas, pensando en cómo empezar a contarle su historia.
—Era muy pequeño —continuó hablando la ninfa, antes de que Dayna hubiera tenido tiempo de decirle nada—. Fue recogido, al norte de aquí. Vive, y ya no es pequeño. No se parece mucho a ti.
—¿Sabes a quién estoy buscando?
—Buscas a May-tê-addi, como todos aquéllos que creen en el Poder del Blanco. Pero primero has de encontrar a aquél del que te separaste.
Dayna sacudió la cabeza, aturdida.
—¿Cómo puedes saber algo de mí?
Aliria rió de nuevo.
—Te vi una vez, hace tiempo —dijo—. Tu aspecto era diferente. Eras más joven. También vi al niño, vi el lugar en el que lo dejaste. No comprendí por qué lo hiciste. Pero May-tê-addi me lo explicó. El niño había sido elegido, y no debías conservarlo. Me lo llevé conmigo, y más tarde se lo entregué a aquéllos que lo criaron hasta que se hizo un hombre.
—¿Sabes dónde se encuentra? —los ojos de Dayna brillaban de lágrimas de emoción.
Aliria agitó sus alas.
—Hace mucho tiempo que no lo he visto.
Dayna bajó la cabeza.
—Debo encontrarle —susurró.
—No puedo decirte dónde se encuentra, pero puedo indicarte cómo llegar al lugar en el que se crió. Cabalga hacia el norte, hasta que veas un puente de madera que posiblemente recuerdes, cruza el río por ese puente y dirígete hacia el oeste. Medio día de camino te llevará hasta los Nomade que acampan durante el estío al pie de Boreade Saaru, ellos te hablarán de tu hijo. Yo no puedo decirte más.
Dayna asentía sin darse cuenta.
—Come antes de partir. Aún tardarás en llegar hasta ellos —aconsejó Aliria.
La mujer cogió una pieza de fruta y la mordió. Era sabrosa, refrescante y dulce. Esbozó una sonrisa de complacencia y la terminó. Descubrió que no podía parar de comer. La Gudamin la observó en silencio hasta que vació el cesto.
—En el Jardín de Aliria descansarás antes de continuar tu viaje —cantó después, y revoloteó alrededor de la Mazome llenando el aire con aquel grato sonido de campanillas.
—Debo ponerme en marcha —dijo Dayna.
—Sí —cantó Aliria sin pena.
—Me gustaría quedarme más tiempo contigo.
—Las ninfas somos hospitalarias, mas preferimos la soledad. Si te retengo aquí no podré recibir a ningún otro viajero. Debes dejarme sola. Ya has pasado dos días aquí, y estás lista para partir de nuevo. Tienes una misión que cumplir, mujer guerrera, May-tê-addi cuenta contigo.
—¿He pasado dos días aquí? —se sorprendió Dayna. Habría jurado que los soles no se habían movido.
—Has dormido mucho tiempo —asintió Aliria—. ¿No te sientes descansada?
Dayna asintió. Se sentía increíblemente renovada.
—Me gustaría volver a verte.
La Gudamin flotó delante de la cara de la mujer.
—Volverás a verme, yo y mis hermanas estamos en todas partes. Y tú has comido la fruta del Jardín de Aliria. Cualquier ninfa te reconocerá y será hospitalaria contigo a partir de este momento.
—Es un consuelo saberlo —suspiró Dayna—. Sólo los dioses saben hasta dónde deberé llegar en mi búsqueda.
—Tengo una última cosa que decirte —cantó Aliria; había recuperado su tamaño inicial—. Verde y plata, eso es lo que me dijo May-tê-addi. Espero que te sea útil. Parte en paz, guerrera, y encuentra al descendiente de Sheim.
Las alitas de la Gudamin rozaron la mejilla de Dayna, y su contacto fue como el de unos labios muy suaves dando un dulce beso de despedida. La Mazome se puso en pie y montó en su yegua.
—Gracias por todo, Aliria —se despidió con el corazón alegre.
Pero en el claro ya no había nadie más que ella."