Deshazte de lo Negro, o no tendrás descanso.
Esto fue lo que le dijo el Corso al ladrón en el capítulo anterior. Y el ladrón se deshizo de la escama de Nonurg, porque su encuentro con la Gudamin le había llenado el corazón de paz, y le había hecho olvidar sus dudas. Allí donde el Poder del Blanco se manifiesta con más intensidad, uno encuentra la fuerza que necesita para tomar las decisiones correctas.
Pero lo Negro siempre está al acecho, y vuelve si se lo permitimos; basta un instante de duda para que la Oscuridad se apodere de nosotros nuevamente, y es muy difícil desprenderse de ella, porque el poder de Skadûr es precisamente el de cegarnos para que no veamos la Luz que nos rodea, ni siquiera la Luz que llevamos dentro.
Sentimientos contradictorios nos invaden en todo momento, decisión y dudas, voluntad y desmotivación, deseo y flaqueza, fe y desesperanza. ¿Por qué cuesta tanto quedarse con los primeros, por qué tan a menudo pensamos que la única opción es rendirse? Deseamos creer, pero perdemos la fe en todo; queremos luchar, pero nos quedamos inmóviles, lamentándonos en lugar de motivarnos. Nos dejamos arrastrar hacia la locura, permitimos que Skadûr gane la batalla, nos convertimos en servidores de la Sombra, y nos hacemos daño a nosotros mismos, y hacemos daño a los que nos aman.
La Oscuridad nos convierte en monstruos.
Pero siempre hay motivos para la esperanza. Incluso en la noche más negra, brilla una Luz en alguna parte, esperando a que alces los ojos y la contemples, y te dejes inundar por el amor que desprende.
Ama y cree.
El destino siempre se cumple; también los sueños.
Confía en la sabiduría del Cosmos.
Recuerda ese lugar especial.
El destino es una rueda que gira, tarde o temprano volverás a ese lugar en el que las dudas no existen. Cuando eso suceda, aprovéchalo, recuerda lo que has aprendido a lo largo de tu viaje, vuelve al camino que abandonaste, recupera el sueño que te hacía sentir vivo. Y vívelo sin miedo, lucha para que se convierta en una realidad, sé valiente, sé fiel a tu corazón, sé feliz.
Cuando has sido tocado por el Poder del Blanco, éste ya nunca te abandona. Pero depende de ti abrazarlo o darle la espalda. Siempre va a estar contigo, protegiéndote, dispuesto a darte la oportunidad de salvar tu alma. No esperes a que sea demasiado tarde.
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© Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)
El Salto de Corso (IV)
"Atravesó el Ducagua y dejó atrás los árboles, y comenzó a descender en dirección oeste con el corazón más ligero y la firme determinación de ignorar el encargo de Rodan Frais. Mejor aún, pensó cuando se detuvo a descansar a media tarde, buscaría a alguien a quien pudiera informar de los planes del nigromante, ayudaría a los servidores del Poder del Blanco a derrotar al Mago Oscuro. No sabía lo que era el Poder del Blanco, pero la idea le hizo sentirse feliz y en paz.
Miró la bola de cristal infinitas veces, buscando en su interior la imagen que se le había mostrado en el sueño que tuvo en el Salto de Corso, pero la bola continuaba apagada, y no vio nada en ella. Eso no le desanimó.
Dos días después de dejar atrás el Salto de Corso, harto de un viejo cuervo que parecía seguirle obsesivamente, le lanzó un puñado de piedras, pero erró cada tiro.
Cuando se detuvo la noche siguiente, volvió a ver al cuervo; estaba posado sobre su capa extendida cerca de la hoguera que acababa de encender. Pensó en la Ventana del Tiempo y en la advertencia que el Corso le había hecho, y corrió a espantar al ave. Miraphora continuaba en un bolsillo. En el otro halló la escama de Nonurg. Asqueado más que sorprendido, la arrojó lejos.
Continuó su camino, y su humor volvió a decaer. De pronto no tenía muy claro por qué motivo deseaba llegar a Räel Polita, y al minuto siguiente espoleaba a su caballo, con la idea de robar el libro latiéndole en las sienes.
A medida que se alejaba del Salto de Corso, la influencia del Blanco se apagaba y, a pesar de que el Ojo de Amunik le protegía, regresaban sus dudas y el poder de Frais le invadía, y se dejaba llevar por su lado más oscuro y débil. Miraba el Ojo con insistencia y nada veía en él. Sin que Vosloora lo supiera, Miraphora se alimentaba de sus recuerdos más ocultos; pero al rechazar el poder del Blanco y rendirse a su lado oscuro, no conseguía reunir la magia necesaria para despertar al Ojo que Todo lo Ve.
No se atrevía a soltar el Ojo de Amunik, que se había convertido en una especie de talismán para él. Y no lograba deshacerse de la escama del Darok, aunque la había lanzado lejos, incluso la había enterrado, ésta siempre volvía a su bolsillo.
Y regresó la fiebre, y Vosloora olvidó sus buenos propósitos, y a medida que pasaban los días su avance se hacía más rápido y más fatigoso, y más firme su convicción. Robaría ese libro, se lo llevaría a su Señor. Forzó tanto a su caballo que un día éste no pudo más y se desplomó, con el hocico lleno de espuma blancuzca. Cojeando un poco a causa de la caída, Vosloora continuó a pie bajo el ardiente sol de finales del estío, durmió al raso y cuando se le acabaron las provisiones no se preocupó de conseguirse otras, y cuando se le acabó el agua bebió del Mörtem Mearae. Recuperaba la cordura por momentos, y se alegraba de viajar a pie, porque así ganaría tiempo... así perdería tiempo, porque tardaría más... tardaría más en encontrar el libro, y el mundo ganaría tiempo. Sentimientos contradictorios le estaban volviendo loco.
Pensaba en los Dragones Plateados que vivían en Mitrali Güae, él los había visto una vez. Eran hermosos, esos dragones parecidos a cisnes gigantescos. Bellos, como aterradores eran los Darok. Destruiría el libro. Deseaba no encontrarlo. Pensaba en el libro, a veces olvidaba su importancia, y dejaba la mente en blanco, y entonces pensaba en el Ojo de Amunik, y lo sacaba del bolsillo y lo miraba, y había olvidado por qué era tan especial, pero sabía que no debía perderlo. Era su talismán, no quería perderlo. Le parecía que el cuervo que revoloteaba cerca de él era el mismo que había espantado días atrás. Le parecía que la escama negra ardía dentro del bolsillo de su camisa. Le parecía que acabaría quemando la tela y perforando su carne, y que le llegaría al corazón.
Se desplomó sobre la arena y miró el cielo, y el sol ardiente le cegó. Se encontraba en la Playa de la Desolación, y su cordura se había hecho añicos. Escuchó los graznidos de aquel cuervo molesto y aciago. No había nada en su cabeza.
Y un único deseo poderoso latía en ese corazón tocado por la escama de Nonurg, más fuerte que su propia voluntad, que ya no existía: conseguiría el Libro Prohibido, y regresaría para entregárselo a su legítimo dueño. A Frais, que era dueño también de su alma."