martes, 24 de julio de 2012

Más cerca de los dragones


Hoy voy a ser breve, porque el capítulo con el que continúa la aventura de Silenia es un pelín largo y no me ha parecido oportuno dividirlo en dos, como he hecho otras veces. Lo cierto es que no había por dónde cortarlo, me arriesgaba a dejar dos relatos incompletos y a que esta parte de la historia perdiera su encanto y su intriga. Pero tengo que explicar un par de cosas.

Sobre Räel Polita: alguna vez he comentado que la Ciudad de los Reyes se formó a partir de la unión de las cinco ciudades más grandes de Minroq Dalnu, cada una de ellas gobernada por un rey. Al unirse en una, las distintas ciudades pasaron a convertirse en Secciones de la ciudad más grande. Hoy os las presento:
Habai, cuyo rey actual es Gidean; Mersha, la ciudad de Cornell; Anatur, regida por Charm; Ontaar, gobernada por Narob; y Angor, que en la Era de Sanaa, cuando tiene lugar la historia que se cuenta en Los Prados de las Fuentes Cristalinas, carece de rey, aunque muchos aseguran que su castillo continúa habitado por el espectro del difunto monarca, de ahí que a la Sección Angor se la llame Sección Espectral.

Sobre los Dragones Plateados: hace algunas Eras moraban en los picos helados de Boreade Nesst, las Montañas Próximas. Pero durante una de las grandes guerras fueron expulsados de su hogar y buscaron refugio en Mitrali Güae, el Estanque donde desemboca el Boreagü, río que nace precisamente en las Montañas Próximas.
El Estanque de Plata está protegido por los reyes de la Ciudad de Plata, y es Gidean el encargado de velar por el bienestar de los Dragones Cisne. Pero no se encuentra dentro de las murallas de Räel Polita, sino en las afueras. Junto a su orilla se alzan las Colonias de los Plateros, quienes se encargan de extraer la valiosa plata que producen los dragones y de darle forma antes de que sea llevada a la ciudad. Silenia, que no ha salido jamás de su castillo (excepto para visitar los otros castillos, y eso ha sido andando a lo largo del Camino de Ronda, por encima de los muros de la ciudad, o recorriendo el Laberinto Subterráneo) supone que las Colonias de los Plateros son un lugar seguro y custodiado por Guardias, dado el trabajo que se realiza en ese lugar y los tesoros que en él se guardan. No imagina que pueda haber ladrones en Räel Polita, no se ha encontrado nunca con la pobreza, con la necesidad, con la codicia, no se ha planteado todavía que en una ciudad tan pacífica y próspera como la suya puedan existir personas malvadas.

Sobre Lummenii-a-Llaut, el Arpa de Luz que pertenece a Ariiama: la Dama del Lago se lo entregó a la princesa, pero a la niña no le quedó claro si fue un regalo o un préstamo. Así que lo guarda como el valioso tesoro que es pero no lo considera suyo. Sin embargo, le pertenece, al menos durante el tiempo que lo lleve encima, pues lo hizo suyo cuando le dio un nombre. Dale un nombre, y verás su aspecto, le dijo la Sirena. Y lo que parecía un pasador para el cabello, o un broche para la ropa, adoptó su verdadera forma cuando Silenia lo nombró: Lálya, así fue como llamó a Miussaura.

Con esto, ya puedes seguir mejor el capítulo de hoy.
Dioses, no tengo remedio. Intento ser breve y siempre acabo escribiendo más de la cuenta.
Espero que esta explicación no te haya aburrido demasiado. El relato va un poco más abajo. Me gustaría que lo leyeras. Y que dejaras tu opinión. Si quieres más, debes decírmelo. No permitas que me vuelvan a asaltar las dudas, no ahora que he vuelto y que la Musa está dispuesta a darnos una historia completa.

Y recuerda: ama y cree.
Yo lo hago.

***********

(c)Bea Magaña. (Reservados todos los derechos)

Sombras y Notas (III)

"A sus once años era una niña alta y delgada que sabía moverse con agilidad y había aprendido a confundirse con las sombras. Vestida con las ropas de muchacho que solía usar cuando jugaba a los soldados con Eugene, y armada con el estilete de entrenamiento que le había sustraído a su hermano, cruzó la puerta con sigilo y miró hacia arriba. Tenía algo más de seis horas hasta el amanecer. Distinguió una torre alta custodiada por dos torres más bajas delante de ella y se le escapó un bufido de consternación. Miró a sus espaldas y distinguió las negras aguas del foso y los muros del castillo del Espectro. Había salido al exterior en algún punto entre el castillo abandonado y el del rey Narob, demasiado lejos de Mitrali Güae. Debería correr hacia el este hasta localizar el castillo de Gidean y dirigirse desde allí hacia el sur entre las colonias de los plateros.
—Al menos no tendré que cruzar el foso a nado —se dijo, tratando de darse ánimos.
Después de asegurarse de que podría encontrar la puerta secreta a su regreso, echó a correr entre árboles y arbustos, sigilosa como un gato y veloz como un caballo. Se mantuvo prudentemente alejada del foso y de las garitas de la Guardia, y procuró no perder la dirección sureste en ningún momento. Debía encontrar el estanque y a los dragones y regresar antes del primer amanecer si no quería ser descubierta. Mientras corría, rezaba a los dioses para que el aya no se despertara y se acercara a su cama vacía, si la anciana no la hallaba dormida y a salvo, daría la voz de alarma y se armaría un buen jaleo.
Dejó atrás la silueta de la torre esbelta y maciza del castillo de Narob y continuó corriendo. Más adelante, avistó a lo lejos la torre ancha que terminaba en un tejado puntiagudo del castillo de Gidean, pero para entonces ya se había distanciado mucho de la ciudad. Antorchas dispersas y algún fuego encendido marcaban el emplazamiento de las Colonias. Corrió hacia el sur. El tiempo corría también, pero no tan veloz. La luna se desplazaba por el cielo con parsimonia.
Las Colonias de los obreros de la plata eran una sucesión de casuchas diseminadas cerca de las orillas del Estanque, que era tan ancho que desde las márgenes occidentales no se podía distinguir su límite oriental. Los dragones podían hallarse en cualquier parte. Y Silenia ignoraba si habría guardias vigilando las Colonias, pues en aquellas casas y talleres se almacenaba la valiosa plata a la que los obreros daban forma antes de que fuera transportada a la ciudad. Corrió lo más sigilosamente que pudo entre las casuchas, atenta a cualquier señal de presencia humana y mirando a su izquierda para no perder de vista las aguas del Estanque. Eran éstas oscuras como la propia noche, y sólo la luz de la luna les confería en algunas zonas cierta cualidad plateada. Buscó con la mirada, tratando de distinguir las colosales formas oscuras que creía debían tener los dragones por la noche. No sabía sus nombres, e ignoraba cómo llamarles. Pero no se rindió.
Dejó atrás las Colonias y continuó bordeando el Estanque de Plata, consciente de que no disponía de mucho tiempo. Recordó la melodía de la Sirena y se sintió fuerte. Podía conseguirlo. Tenía que hacerlo. La ciudad había quedado muy atrás, y la luna seguía su camino sobre la cabeza de la niña.
Se detuvo un momento para mirar al cielo, con la intención de calcular cuánto tiempo había perdido, y entonces escuchó las notas que sonaban no demasiado lejos. Alguien tocaba algún instrumento de viento, y varios alguien cantaban al compás de la melodía. Sólo que aquellas voces no eran humanas. Su corazón se ensanchó, pleno de alegría. ¿Eran los dragones, que cantaban en algún lugar cerca de donde ella se encontraba y le daban la bienvenida con su canción?
A la luz de las estrellas, Silenia era sólo una sombra delgaducha vestida con ropas de muchacho. No habría llamado la atención de no haber sido por su pasador, que brillaba como una valiosa joya entre su pelo recogido en dos trenzas, como lo llevaban los aprendices de caballero. No fue consciente de la presencia de otra persona hasta que la tuvo prácticamente encima, una mano sucia al final de un brazo huesudo estirado hacia su cabeza. Fue la Música la que la avisó. Un cambio en el sonido del aire de la noche, un silencio roto de pronto, una respiración uniéndose a la suya la obligó a girarse, y la mano atrapó y perdió un mechón de pelo en lugar del pasador que había codiciado.
Silenia echó mano de su estilete. La sombra se rió como un cuervo. A la niña se le congeló la sangre.
—¿Te has perdido? —preguntó una voz nada agradable desde la oscuridad—. Tal vez pueda ayudarte.
La Música de esa voz no le gustó. Sus notas recordaban a algo viejo y oscuro, peligroso y enajenado. Nunca había escuchado nada parecido en los Prados de las Fuentes Cristalinas, ni en el castillo de Cornell, ni siquiera en el Laberinto Subterráneo, ni en las mazmorras, que eran uno de los lugares más antiguos y temibles de todo Räel Polita.
—¿Quién sois? —gritó, forzando la voz para tratar de ocultar su edad y su sexo—. Mostraos a la luz —ordenó.
La voz se rió otra vez. Recordaba a cuevas oscuras y serpientes venenosas. Silenia no sabía cómo lo sabía, pues nunca había visto una serpiente ni entrado en una cueva, a excepción de los Pasadizos que discurrían más allá de las mazmorras, pero reconocía esas cosas, era la Magia de la Música que estaba creciendo en ella. Retrocedió un paso con su arma en alto. No sabía qué haría si la situación se volvía peligrosa.
—Así que vienes de los castillos —dijo la voz, graznando como un cuervo—. Y dime, ¿qué haces tan lejos de tu hogar? ¡Y has venido sin protección! Tu padre se disgustará mucho contigo cuando sepa que has incumplido la Ley de los nobles. ¿Has venido en busca de aventuras? No debes de saber que éste no es un buen sitio para ti.
—Parecéis saber muchas cosas. Y las que ignoráis no os importan. Mostraos, o apartaos de mi camino —dijo, recordando que ese tipo de frases eran las que se decían ella y Eugene cuando jugaban juntos. Pero ahora no era un juego. Y ella blandía un arma que no tendría el valor de utilizar si llegaba el momento de hacerlo.
La sombra avanzó, y la niña pudo ver por fin a quién pertenecía la voz de cuervo. Lo primero que pensó, horrorizada, fue que una bruja de sus libros de cuentos se había materializado frente a ella. No sabía cómo se luchaba contra una bruja. Se decía que comían niños y que no temían a nada. Comprendió la risa de la anciana: una bruja no retrocedería ante ningún arma, y no temería a una niña pequeña. Su valor se debilitó, y por fin cayó hecho añicos sobre el suelo frío.
—Pero si es sólo una niña —dijo la anciana, melosa pero sin rastro de dulzura—. Una joven niña noble. ¿Sabes lo que los colonos podrían hacer con una preciosidad como tú?
—Atrás —ordenó Silenia. La bruja se le estaba acercando demasiado.
—¿Atrás, me ordenas? —se rió la anciana. Su imagen daba pavor. Ni en los mejores dibujos de los libros había visto la princesa a una bruja tan aterradora—. ¿Me amenazas con un cuchillo de pelar manzanas y me ordenas como si fuera una vulgar criada? No te das cuenta de algunas cosas, chiquilla. Ya no estás en tu bonito castillo, y yo no soy una de tus sirvientas, ni voy a correr para acatar tus órdenes, ni me voy a arrodillar ante ti. Estás en mi colonia, y ahora eres tú la que vas a portarte bien y obedecer.
Se acercó un poco más. El cuchillo tembló en la mano de Silenia.
—Podría ponerme a gritar y acudirían muchos paisanos míos, a los que les encantaría divertirse con una florecilla como tú —continuó la anciana—. Me pagarían bien por entregarte a ellos. No volverías a ver a tu padre.
Alargó una mano nudosa de uñas largas y rotas. Silenia apartó la cara, pues le asqueaba la idea de sentir el contacto de esa mano.
—No eres muy obediente, ni tampoco sumisa, ¿por qué te das esos aires de princesa, acaso tu padre es un apestoso rey?
Silenia apretó los puños y sus ojos brillaron de furia.
El cuervo se rió una vez más.
—Eso es, eres una princesa. Entonces, vales mucho más de lo que pensaba.
—¿Qué es lo que queréis de mí? —vaciló Silenia. Pensaba en sus opciones. Sólo podía hacer dos cosas: correr o atacar a esa mujer. Si echaba a correr, la bruja no podría darle alcance, pero ¿hacia dónde correr? Si escapaba hacia la puerta secreta, perdería la oportunidad de ver a los Dragones Plateados, y no volvería a atreverse a abandonar la seguridad del castillo. Si corría hacia las Colonias, ¿quién sabía si se encontraría con otras brujas, o con gentes aún peores? Apretó los dientes. Si corría para huir de la anciana, estaría aceptando su derrota.
—Quiero el pasador —dijo la voz de cuervo, y una mano de dedos ávidos y sucios se abrió delante de la cara de la niña—. Dámelo.
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Silenia, cuyo enojo empezaba a eclipsar a su temor.
La bruja volvió a reír.
—Porque te permitiría salir con bien de ésta —explicó—. Quizás hasta te devolvería a tu castillo, en lugar de entregarte a los tratantes de blancas, tu padre me pagaría más que ellos por recuperarte sana y salva. Piénsalo, es mejor la reprimenda de un padre preocupado que ser vendida como esclava a las tribus del desierto del sur.
Por fin, Silenia se encolerizó. No estaba acostumbrada a ser tratada con tan poco respeto ni a que la amenazaran, ni a que la tasaran como vulgar mercancía. Esa mujer no sólo pretendía robarle, sino que además le estaba haciendo perder un tiempo precioso. La sangre le hervía de rabia. ¿Sólo porque era una niña indefensa, esa bruja podía salirse con la suya? ¿Acaso no tenía cuanto necesitaba para vivir? Silenia aún sostenía el estilete en alto. Bien, no estaba indefensa, y no le iba a entregar a Lálya. Recordó el rostro de Eugene y esbozó lo más parecido a una sonrisa feroz que le salió.
—No os daré mi horquilla, pues no me pertenece, tan sólo soy su custodia. Y no me pondréis la mano encima, os hablo muy en serio, creed que es tan cierto como que existe una segunda luna en el cielo. Intentad acercaros y no dudaré en utilizar mi arma contra vos —dijo con decisión.
La bruja rió. Su risa daba escalofríos. Se adelantó, sus manos convertidas en garras extendidas hacia la niña. La mano de Silenia tembló un poco. Sus tardes en los Prados de las Fuentes Cristalinas le habían enseñado belleza y paz. No podía atacar a esa mujer. Cerró el puño con firmeza alrededor del mango del cuchillo. Tampoco iba a ceder. Dio un paso adelante.
Un golpe seco paralizó a la anciana a un centímetro escaso de la punta del estilete. Silenia cerró los ojos para no ver cómo el cuello de la mujer se hundía en él. La bruja se desplomó. La niña abrió los ojos y las lágrimas no le dejaron ver nada. Una mano aferró su muñeca y tiró de ella. Se deshizo de su parálisis y opuso resistencia. La mano no cedió su presa.
—Ven conmigo, antes de que despierte —susurró la voz que pertenecía al dueño de esa mano.
—¡Soltadme! —gritó Silenia, que se vio arrastrada hacia la orilla del Estanque de Plata.
La voz la ordenó guardar silencio.
—¿Quieres despertar a todo el mundo? Cállate y corre detrás de mí, hazlo antes de que nos metamos en un lío.
¿Eugene?, se preguntó Silenia, confusa y esperanzada. ¿Era su hermano quien la había rescatado de las garras de la bruja, su hermano que había adivinado lo que pretendía hacer y la había seguido a través de los Pasadizos sin que ella lo advirtiera? Corrió tras él, que no la soltó durante la carrera. Se detuvo cuando él lo hizo, y le costó recuperar el aliento. Habían corrido durante cinco minutos, y sin embargo le pareció a Silenia que habían sido horas."

8 comentarios:

  1. No ha acabado un poco en el aire? Yo quiero saber que les pasa!!!!!!

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    1. Claro que acaba un poco en el aire, Ana, es una novela larga, los acontecimientos suceden poco a poco, y a mi Musa le encanta dejarnos con la intriga (sí, a mí también me deja con la intriga, más a mí que a nadie, aunque no te lo creas)

      Pero me has ayudado a comprender la diferencia entre lo que es largo para mí y lo que resulta largo para el lector. Ahora sé que no depende de la longitud del texto, sino de lo que el texto contiene. Y tengo muy encuenta lo que me dijiste. No volveré a preocuparme si me sale una entrada extensa.
      Gracias por el comentario, y por seguir ahí, eres la amiga más leal que pueda existir, y yo soy muy afortunada por contar con tu amistad. También con tu apoyo y con tu amor por Thèramon, claro. Pero especialmente por tu amistad.
      Océanos de amor, Ana.

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  2. Solo te diré, que hoy se a sumado a la lectura de este capítulo mi hija, y eso solo quiere decir una cosa!! :)

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    1. Que no he ganado una lectora, sino un nuevo motivo para seguir escribiendo. Gracias, Cleo, por no permitir que la Música deje de sonar para mí.
      Océanos de amor!!!

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  3. ¡Eso no vale!me has dejado con la miel en los labios.Sabia q las musas iban a hacer bien su trabajo.Te quiero
    Sara

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    1. Y que mi mayor lectora no sea seguidora del blog... la cosa tiene su gracia, no creas, hermanita. Pero ya sabes lo mucho que significa para mí que sigas viniendo a leer y a comentar. Como en los viejos tiempos, ¡eh! Volveré a escribir para ti, mi niña. Volverás a ver una novela completa de Bea, te lo prometo. Y te gustará infinitamente más que las anteriores. Esa promesa me la hago a mí misma.
      Te quiero, cielo.

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  4. Como siempre...magnífico! La introducción no ha sido larga, Bea, y era necesaria, así que no te preocupes. Me ha encantado!!

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    1. Espíritu afín, sé lo ocupada que estás con la promoción de Eterna Oscuridad, por eso tu visita me alegra doblemente, porque has encontrado un hueco para Thèramon y para mí. Me hace muy feliz verte aquí, ya lo sabes.
      Sí, esa explicación era necesaria. No sé si el capítulo es magnífico, los hay mucho mejores en esta historia, pero si a ti te lo ha parecido, ya me doy por satisfecha.
      Gracias por seguir ahí, mi niña. Te quiero mucho!!

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